¿Nueva atomización de la Universidad de Chile?

Hace unos días, de visita en nuestro país, el economista Sebastián Edwards planteó en una conferencia atiborrada de su acostumbrado público de líderes políticos y empresariales que: “Pensemos en grande. Yo sé que lo que voy a decir va a sonar como pecado mortal. Hagamos la Universidad Politécnica de Beauchef en Chile. Separemos a la Escuela de Ingeniería de la Universidad de Chile”. 

Bajo este contexto de discusión pública, la presente columna pretende entregar algunos antecedentes históricos, políticos y filosóficos en relación a las consecuencias sociales actuales de la destrucción de la educación pública, especialmente de la Superior, sostenidos en el caso de la atomización de la Universidad de Chile en 1981.

Comencemos por recordar que bajo la dictadura pinochetista, también se recibían “ilustres” visitas desde el extranjero. Milton Friedman y Friedrich Hayek visitaron al menos en un par de oportunidades el país. Estos “gurúes” del neoliberalismo eran ansiosamente esperados, tanto por las élites controladoras del capital financiero criollo, como por sus celadores militares y sus discípulos civiles, especialmente entre los denominados “Chicago Boys”. El posicionamiento ideológico de ambos autores, separados por mínimos matices, pasaba por la disminución drástica del tamaño del Estado, y en el caso de las universidades, por su competencia en el mercado y la supuesta libre elección para optar a ellas.

Con esas ideas, la dictadura de Pinochet dio un paso más en la destrucción de nuestra educación pública, que pasó por la promulgación del Decreto con Fuerza de Ley N° 1, de enero de 1981, cuerpo legal denominado tradicionalmente como “Ley General de Universidades”, la cual, sostenida bajo el principio tomista de la subsidiariedad, además contenido en la fraudulenta Constitución recientemente aprobada, transformaba a la educación superior pública en un bien de consumo, y que en el caso práctico de la implementación de esa ley, la Universidad de Chile fue atomizada y mercantilizada, perdiendo por ejemplo sus sedes regionales y especialmente su tradicional “Pedagógico” o coloquialmente también llamado “Peda” que poseía en la ciudad de Santiago.

Pero tal como en aquellos años, los argumentos que se utilizaban en contra del rol de las universidades públicas pasaba por atacarlas en su función de ser los centros del pensamiento humanista del país, ya que, sostenidos en los principios de la Doctrina de Seguridad Nacional, para las autoridades militares y civiles de la época la enseñanza de las humanidades al interior de las universidades era vista con desconfianza, puesto que eran inmediatamente asociadas bajo la consigna de un posible “adoctrinamiento marxista”.

Hoy, cambiando quizás el origen de las fuentes que sostienen la retórica, el discurso parece ser el mismo, especialmente cuando destacados economistas como Edwards relacionan el desarrollo de las humanidades al interior de las universidades con algo insignificante, al menos así queda expresado cuando en la mencionada conferencia se refirió más en detalle a la separación de la Facultad de Ingeniería de la Universidad de Londres, ya que para él las autoridades de esa institución “un día dijeron, las humanidades, la tontería, la teoría crítica nos está fregando como ingeniería y se separaron”.

Atreverse a equiparar los aportes intelectuales de las humanidades y de la teoría crítica de Adorno, Marcusse, Benjamin y Fromm con una “tontería”, a mi parecer, es una falta de respeto a los insignes pensadores cuyos estudios nos han permitido poder profundizar significativamente en las complejidades de la interacción entre las ciencias exactas y el estudio de la cultura, la historia, la filosofía, el lenguaje y las artes para lograr así el desarrollo multidimensional de los seres humanos.

Declaraciones como las de Edwards, ya las advertía el filósofo y sociólogo francés, Edgar Morin, quien en su definición del Homo Complexus rechaza las miradas exclusivamente economicistas de los seres humanos, puesto que impiden comprenderlos en su amplia dimensión, incluyendo sus contradicciones, en cuanto a especie, individuo y su rol en la sociedad. Inclusive para la UNESCO, en su Declaración Mundial sobre la Educación Superior en el siglo XXI, se propone que la interacción entre las universidades y la sociedad pasa por fomentar la multidimensionalidad de los seres humanos a través de estudios interdisciplinarios y transdisciplinarios, situación que actualmente para el decano de la Facultad de Ciencias Físicas y Matemática de la Universidad de Chile, Francisco Martínez, pasan por trabajar permanentemente bajo el “ethos dual inseparable, de universidad pública y de excelencia”, todo lo cual impediría trabajar sobre “solo una de sus dimensiones” del ser.  

Recordemos que desde 1964 esa facultad cuenta con un Centro de Estudios Humanísticos, y que inclusive ni en los años más oscuros de la última dictadura dejó de funcionar. De esta manera, destacados intelectuales han pasado en todos estos años por sus aulas. Así al menos lo recuerda Rafael Benguria, Premio Nacional de Ciencias Exactas 2005, cuando dice que en sus años de estudiante “aprendimos sobre arte contemporáneo con clases ilustrativas. También sobre historia de la arquitectura y otros temas. Esto es algo que te abre el mundo. La conexión con estudios humanísticos para mí fue fundamental”.

Y, asimismo, el profesor emérito de esa facultad, Patricio Aceituno, advierte a quienes pretenden atomizar la Universidad o denigrar la importancia transdisciplinaria de las humanidades, al decir que “los ingenieros tenemos que saber entender que el problema de Chile no es técnico, sino más bien social. Por ello es que las humanidades en la formación de ingenieros es un deber y una obligación, porque ayudan a conocer cómo se organiza la sociedad y a entender cómo se vinculan las personas unas con otras”.

Así, y para finalizar, en función de la importancia de la transdisciplinariedad de los estudios al interior de la Educación Superior chilena y en respuesta concreta hacia quienes proponen una posible atomización de la Universidad de Chile, quizás debamos traer de vuelta las sabias palabras que en 1843 el venezolano Andrés Bello pronunció en el discurso de instalación de esa casa de estudios, al decir que: “He dicho que todas las verdades se tocan, y aun no creo haber dicho bastante. Todas las facultades humanas forman un sistema, en que no puede haber regularidad y armonía sin el concurso de cada una. No se puede paralizar una fibra (permítaseme decirlo así), una sola fibra del alma, sin que todas las otras enfermen”.

En definitiva, para fomentar el desarrollo social y cultural de nuestro país, necesitamos líderes y tipos de universidades más cercanas a las ideas de Bello y menos cercanas a las de Edwards.

Jorge Olguín Olate

Doctor en Historia de la Universidad de Chile