2024 ¿Crisis moral de la república?

En 1900, Enrique Mac-Iver, un connotado político chileno de entonces, dio una conferencia en el Ateneo de Santiago. El discurso titulado “Sobre la crisis moral de la República” estaba marcado por el reciente cambio de siglo, como por la próxima celebración de los primeros 100 años de nuestra república. Ambos contextos temporales y espaciales, la oligarquía política y empresarial chilena buscaba anhelosamente ensalzarlos como hitos de la consolidación de lo que mitológicamente ellos mismos habían construido como discursos hegemónicos de autolegitimación del país que administraban. Así Chile era “el país excepción del continente” y los chilenos eran “los ingleses de Sudamérica”.

Mac-Iver era un político atípico en relación con la autopercecpión de la oligarquía de la cual formaba parte, que en el plano mundial estaba influida por el desarrollo de la técnica tras la denominada Segunda Revolución Industrial, la cual traía consigo las sabias palabras de Nietzsche de que “Dios ha muerto”. En el plano local, la oligarquía había intentado militarmente autodestruirse en la cruenta Guerra Civil de 1891. Tras el fin de ésta, los sobrevivientes de ambos bandos políticos decidieron amnistiarse, para de esa manera concentrarse en su reconstrucción como grupo social dominante al interior de la república; la cual debía continuar su curso.

Para lograr ese importante punto de inflexión, el enemigo social ya no debería encontrarse entre ellos, por tanto decidieron pactar un gran acuerdo político denominado “parlamentarismo”, donde finalmente le dieron un giro sustancial a la gobernabilidad de la presidencialista Constitución de 1833. Fue bajo ese “parlamentarismo a la chilena” que el país enfrentó el nuevo cambio de siglo, y el posterior centenario de 1910.

Para ese entonces, el nuevo enemigo de la oligarquía ya estaba claro. La fuerza social que representaba la clase trabajadora, que gracias al autodescubrimiento identitario como segmento social que les había otorgado fundamentalmente el marxismo y el anarquismo, los había hecho autoconscientes de sus nulos derechos laborales. Esa misma autoconsciencia como clase trabajadora los había conminado a exigir a la oligarquía un mínimo de regulaciones laborales para el ejercicio de sus faenas, así como un salario que les permitiese enfrentar las marginalidades sociales marcadas por la falta de techo, de bienes sanitarios básicos y de alimentación de sobrevivencia.

Ante esas mínimas exigencias sociales, marcadas por fallidas negociaciones con sus empleadores, finalmente las autoridades del Estado oligarca de entonces, donde la mayoría de esos mismos empresarios eran a su vez los mismos políticos que controlaban los poderes ejecutivo, legislativo y judicial, respondieron reactivamente mediante el uso desproporcionado de la fuerza militar, que en palabras de Max Weber legítimamente ostentaban como autoridades del Estado.

Las matanzas de trabajadores de 1903 en Valparaíso; de 1905 en Santiago; de 1906 en Antofagasta y de 1907 en Iquique fueron solo el preludio de la forma en que la alta sociedad chilena resolverá la grave crisis social que atravesaba el país.

Resulta interesante que varios de esos profundos problemas sociales, Mac-Iver los avizoró en su discurso de 1900. Él no compartía plenamente las palabras de la oligarquía de entonces, que representadas en la popular frase de Ramón Barros Luco, futuro presidente de Chile, quien decía que existían dos tipos de problemas: “los que se resuelven solos, y los que no tienen solución”.

Para Mac-Iver los problemas sí tenían solución, pero esa solución era profunda. Pasaba por la comprensión de que los graves problemas que atravesaba el Chile de entonces, recaía en las impúdicas acciones inmorales que buena parte del mismo grupo oligarca del cual él formaba parte, practicaba al interior de la administración de la república.

A 124 años del discurso de Mac-Iver, y atendiendo las graves consecuencias políticas y sociales que estamos enfrentando como país, especialmente tras la develación del grave y último escándalo de corrupción que hoy afecta a nuestra clase dominante, se hace imperiosamente necesario preguntarnos si estamos frente una nueva crisis moral de la república. Todo parece indicar que sí. El denominado “caso Hermosilla” ha dejado una vez más en evidencia que estamos frente a una profunda crisis moral al interior de la actual sociedad neoliberal, que marcada por el deseo de acumulación sobredimensionada de la riqueza de unos sobre otros, ha corroído no solo la esfera de lo privado, sino que también el ámbito del Estado, afectando especialmente a quienes dirigen las instituciones públicas que poseen legítimamente el uso de la fuerza, y que paradójicamente, al igual que a principios del siglo XX, hoy mediática y populistamente un importante sector de la misma clase política está solicitando que los militares salgan a la calle a reprimir a un sector de la población que ellos mismos han marginalizado con sus políticas públicas neoliberales de los últimos 50 años, marcadas fuertemente por la segregación y discriminación social.

Jorge Olguín Olate

Doctor en Historia por la Universidad de Chile